Entró a trabajar el 21 de febrero de 1985 con tan solo 19 años. “La verdad que, en tanto tiempo, nunca tuve motivos para aburrirme. Venir a este lugar no es una rutina. Me encanta y estoy super agradecida. Cuando me toque jubilarme, me va a costar alejarme”, expresó
Cuando una persona transcurre tanto tiempo de su vida en un mismo lugar de trabajo sin que se vuelva algo tedioso o rutinario, lo siente como propio. Se genera como una suerte de simbiosis que hace que una cosa no pueda funcionar sin la otra. Eso es, sin temor a equivocarnos, lo que le sucede a Graciela Noemí Juan, quien hace muy poquito cumplió 40 años de labor ininterrumpida en la Biblioteca Municipal Bartolomé Mitre de Saladillo.
Entró a trabajar el 21 de febrero de 1985, durante la gestión municipal de Francisco Ferro, siete horas diarias, en reemplazo de la bibliotecaria “Chely” Savone, que había ingresado a la Secretaría de Cultura del Municipio.
Por entonces, la comisión directiva era presidida por la recordada Matilde Correa de Arias, quien más adelante, más precisamente en 1987, fue sucedida por Ethel Mariotto de Mirassou.
Eran tiempos donde lo analógico tenía un papel preponderante. “Nada que ver a lo que es hoy, donde lo digital provocó un cambio enorme”, contó Graciela.
En 1996, la institución gestionó la personería jurídica y se creó entonces la Comisión Amigos de la Biblioteca Popular Municipal Bartolomé Mitre.
En aquel momento, Graciela Juan, Susana Díaz de Céspedes y Alejandra Ardiles pasaron a ser empleadas de dicha Comisión, que se sostenía con recursos de la CONABIP y de la cuota societaria mensual. Hasta 2017, fueron empleadas de la Biblioteca y pertenecieron al gremio UTEDYC.
Por razones económicas, la Biblioteca volvió a manos del Estado y las trabajadoras fueron municipalizadas.

“Pasaron 40 años y me queda poco para jubilarme. Me encanta trabajar acá. La Biblioteca es mi segundo hogar. Estando en este lugar, me puse de novia, me casé, nacieron mis hijos. También me ha dado grandes amigos, como Susana Díaz de Céspedes, Marta Burgos, Eduardo Rule, Agustín Zagaglia, Ana Curotti, Silvina Aguirre y tantísimos otros, al igual que las personas con las que actualmente trabajo”, expresó Graciela, que siempre estuvo a cargo del inventario de la institución.
“En 40 años, viví gran parte de los procesos de cambio que se fueron dando en la Biblioteca. Cuando entré, no había computadoras, por ejemplo. Todo se hacía a mano. Cada libro y cada socio tenía su ficha. Éramos muchas trabajando y no dábamos a basto. Los estudiantes venían a hacer sus tareas y el horario era muy amplio. La Biblioteca abría sus puertas a las 8 de la mañana y las cerraba a las 8 de la noche”, recordó.
La era digital
Debido a los adelantos tecnológicos y a la irrupción de la internet, poco a poco la Biblioteca fue perdiendo ese alto poder de convocatoria. “Hoy muchos estudiantes resuelven sus actividades pedagógicas con la computadora. De cualquier manera, muchos siguen viniendo porque siempre digo que el libro físico es irremplazable”, expresó.
A propósito de este tema, indicó que la Biblioteca mantiene una cápita de entre 800 y 900 socios que retiran libros periódicamente para leerlos y devolverlos.
Con lo que recauda por cuota societaria, la entidad compra material nuevo cada dos meses, principalmente cuentos y novelas, y también recibe donaciones. “Si vemos que algunos títulos se repiten, los apartamos y los obsequiamos a otras bibliotecas, como Del Carril y también Saladillo Norte, que pronto tendrá la suya”, comentó.
En todas estas décadas, Graciela también fue testigo en primera persona de muchos cambios estructurales dentro del emblemático edificio ubicado en la esquina de Rivadavia y Dr. Taborda. Incluso, la Biblioteca alojó a otras instituciones, como el Radio Club, y también a grupos de teatro.

“Cuando me jubile, me va a costar alejarme”
Con los años, se crearon salas y, además, se inauguró el auditorio Dr. Ricardo Galliani, que dio lugar a la creación del CineClub, la presentación de libros, conferencias, dictado de talleres y actuación de artistas.
Desde hace unos meses, a través de la Secretaría de Desarrollo Local del Municipio, funciona la Usina de la Economía del Conocimiento, equipada con tecnología digital de última generación a disposición de estudiantes, empresarios y gente de la comunidad.
“Así como vivimos lindos procesos de cambio, también sufrimos situaciones difíciles. Recuerdo cuando se llovió el interior, a raíz de una fuerte tormenta. Fue tremendo. Por suerte, se recambiaron los techos y ya no tenemos ese problema”, expresó aliviada.
Debido a la enorme cantidad de volúmenes, la Biblioteca sigue teniendo escaso espacio físico para alojar tanto material. Con la instalación de bibliotecas móviles, lo resolvió en parte, pero todavía queda mucho por hacer.
“La verdad que, en tanto años, nunca tuve motivos para aburrirme. Venir a este lugar no es una rutina. Me encanta la Biblioteca, estoy super agradecida, y cuando me toque jubilarme realmente no sé qué voy a hacer. Me va a costar alejarme. Imaginate que entré a los 19 y hoy tengo 59. Toda una vida.”
Comments are closed