Shopping cart

Información desde Saladillo y el Mundo: Gobierno Política, Economía, Seguridad, Interés General, Deportes, Nacionales, Internacionales, Fúnebres

Interés General

En memoria de Lucía y Néstor, secuestrados, torturados y desaparecidos

Por Luis Perrière

En los años más oscuros de la historia argentina, entre 1976 y 1983, se instauró un régimen de terror comandado por la Dictadura Cívico-Eclesiástico-Militar, un entramado de poder que contó con el apoyo de sectores empresariales, políticos, eclesiásticos y militares, alineados ideológicamente con intereses extranjeros, principalmente de Estados Unidos, en el marco de la “Guerra fría” y la “crisis del petróleo de 1973”. Este régimen, que se autodenominó “Proceso de Reorganización Nacional”, implementó un plan sistemático de exterminio contra quienes consideraba “enemigos internos”.

Entre las víctimas de este horror, se encuentran Lucía Julia Perrière Frías, de 21 años, y su esposo, Néstor Valentín Furrer Hurvitz, de 27 años, dos jóvenes cuyas vidas fueron truncadas por la maquinaria de muerte del estado terrorista.

Lucía y Néstor, formaban parte de una generación que soñaba con un mundo más justo y equitativo. Su compromiso con las causas sociales y su pensamiento crítico los convirtieron en blancos del régimen, que bajo la premisa “si no estás conmigo, estás contra mí”, justificó la persecución, secuestro, tortura y desaparición de miles de personas.

El 24 de marzo de 1976, con el golpe de Estado, comenzó una cacería humana sin precedentes. Grupos de tareas, conformados por militares, policías y civiles afines al régimen, actuaron con impunidad, secuestrando a personas en sus hogares, lugares de trabajo o en la vía pública.

El secuestro de Lucía y Néstor ocurrió en una fresca noche de 1978, en la ciudad costera de Necochea (Buenos Aires, Argentina). Un grupo de tareas aplicado al “Operativo Escabo” irrumpió violentamente en su hogar transitorio, destruyendo todo a su paso. Fueron arrancados de sus vidas, de sus sueños, de su amor. Los llevaron a “La Cueva”, Centro Clandestino de Detención, ubicado en la sede de Buzos Tácticos de Mar del Plata, el más sanguinario de los que funcionaban en todo el país, lugares donde el horror se materializaba en torturas físicas y psicológicas, en humillaciones y en la deshumanización sistemática.

Allí, Lucía y Néstor fueron sometidos a interrogatorios brutales, golpes, descargas eléctricas, vejaciones y privación de sueño y alimento. Sus cuerpos y mentes fueron quebrados, pero su espíritu de lucha permaneció intacto hasta el final.

El régimen contó con la complicidad activa de diversos sectores de la sociedad. Empresarios que financiaron la represión, políticos, sindicalistas que legitimaron el terror, y figuras eclesiásticas católicas y de otros creados, que brindaron un marco ideológico y moral a la violencia. Entre ellos, el Opus Dei y el arzobispo Adolfo Servando Tortolo jugaron un papel clave, justificando y bendiciendo la represión en nombre de la “defensa de la civilización occidental y cristiana”.

La justicia, por su parte, creó un marco legal que permitió la impunidad de los crímenes, mientras los medios de comunicación callaban o reproducían la propaganda del régimen.

El destino final de Lucía y Néstor, fue el mismo que el de miles de desaparecidos: los vuelos de la muerte. Fueron arrojados vivos al mar desde aviones militares, una práctica macabra que buscaba eliminar todo rastro de sus existencias. Sus cuerpos nunca fueron encontrados, pero su memoria permanece viva en el corazón de quienes los amamos y en la lucha incansable por verdad, justicia y memoria.

Más de 30.000 personas fueron desaparecidas durante la dictadura, y millones más sufrieron el terror del régimen de manera directa o indirecta. Lucía y Néstor son dos de las tantas víctimas de un plan sistemático de exterminio que buscó silenciar las voces disidentes y consolidar un modelo económico y social basado en la desigualdad y la opresión. Hoy, su historia es un recordatorio de la importancia de no olvidar, de seguir luchando por un mundo donde la justicia y la dignidad sean valores irrenunciables.

El llanto por Lucía y Néstor no es sólo el de sus hijas, sino el de toda una familia y una generación que sufrió la desaparición de sus seres queridos, el de una sociedad que aún lucha por sanar las heridas dejadas por el terrorismo de Estado.

El horror de la dictadura no se limita a los años del Proceso; su legado de impunidad, silencio y dolor sigue presente en la Argentina. Las calles, las plazas, los centros clandestinos de detención que hoy son sitios de memoria, respiran aún el miedo, la angustia y la rabia de aquellos años.

La lucha contra el pensamiento exterminador no es fácil, pero es necesaria. Requiere de una conciencia colectiva, de una memoria activa que no olvide los horrores del pasado para no repetirlos en el futuro. Requiere de educación, de diálogo, de empatía y, sobre todo, de acción. No podemos permitir que el miedo nos paralice o que el odio nos divida.

Debemos seguir denunciando, organizándonos y construyendo alternativas que pongan la vida y la dignidad humana en el centro. Y tener como bases y pilares de construcción la paz y el amor.

La paz y el amor no son una mercancía, sino la expresión más pura de nuestra humanidad. Son el reflejo de nuestra capacidad de mirar al otro con respeto, de tender una mano solidaria y de construir juntos un camino que nos saque del callejón sin salida que los poderes económicos mundiales y su ambición expansionista nos han impuesto. Estos poderes, cegados por la codicia, han llevado a cabo acciones aberrantes: la limpieza cultural, ideológica, social, histórica y étnica, prácticas que buscan homogenizar, dominar y exterminar todo aquello que no se ajuste a sus intereses.

La limpieza cultural busca borrar las identidades, las tradiciones y las expresiones artísticas que no encajan en su narrativa hegemónica. La limpieza ideológica persigue y silencia a quienes piensan diferente, a quienes cuestionan el sistema opresivo. La limpieza social margina y excluye a los más vulnerables, a los que no tienen cabida en su modelo de sociedad basado en el consumo y la explotación. La limpieza histórica intenta reescribir el pasado, ocultando las luchas y los logros de quienes han resistido a la opresión. Y la limpieza étnica, la más brutal de todas, busca eliminar físicamente a pueblos enteros, arrancando de cuajo su existencia y su legado.

Frente a este panorama desolador, debería bastarnos ser personas, ser humanos. No necesitamos más que eso para entender que la verdadera riqueza no está en la acumulación de bienes materiales, sino en la construcción de vínculos basados en el amor, la solidaridad y el respeto mutuo. Ser humanos significa reconocer en el otro a un igual, con sus sueños, sus dolores y sus luchas. Significa entender que la diversidad es una fortaleza, no una amenaza, y que solo juntos podemos enfrentar los desafíos que nos impone este sistema injusto y deshumanizante.

La paz y el amor no son abstractos; se construyen día a día, en cada gesto de empatía, en cada acto de resistencia, en cada lucha por la justicia. Son la antítesis de la mercantilización de la vida, de la cosificación de las personas, de la explotación desmedida de los recursos naturales. Son la esperanza de un mundo donde no haya lugar para la limpieza de ningún tipo, donde la dignidad humana sea el valor supremo.

Basta con ser humanos, con recordar que somos parte de un todo, que nuestras acciones tienen consecuencias y que cada uno de nosotros tiene el poder de transformar la realidad. No necesitamos ser mercancías en un sistema que nos reduce a números, a consumidores, a piezas intercambiables. Somos mucho más que eso: somos seres capaces de amar, de crear, de soñar y de luchar por un mundo mejor.

En memoria de Lucía, de Néstor y de todas las víctimas de la opresión, la violencia, la crueldad y la represión, sigamos construyendo ese mundo donde la paz y el amor no sean privilegios, sino derechos inherentes a nuestra condición humana. Porque, al final, lo único que nos salva es nuestra humanidad.

A mis hermanos queridos, a mis seres amados, este recuerdo, que aún me quiebra, va con este amor por los siglos de los siglos.

¡Lucía y Néstor, presentes! ¡Ahora y siempre!

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *

Posts Relacionados

Open chat
Necesitas alguna información?