Así lo expresó el historiador Marcelo Pereyra, que el domingo dirigió una interesante visita guiada
A cargo del historiador Marcelo Pereyra, se realizó el domingo una interesante visita guiada al Cementerio Municipal “Santa Morada de la Esperanza” de Saladillo.
La actividad, impulsada desde la Dirección de Turismo del Municipio, se llevó a cabo desde las 10 de la mañana y reunió a varias personas interesadas en conocer un poco más sobre este espacio de “elevado valor patrimonial, histórico, artístico, cultural y religioso que refleja la identidad y da lugar a anécdotas que alimentan leyendas urbanas”.
A partir de 2018, Marcelo Pereyra y Mauricio Martínez, del área de Turismo, llevaron adelante un relevamiento de las sepulturas y los lugares relevantes que hay en “Lope Serrano al fondo”.
“La parte central, que abarca ocho calles, es la histórica. Hemos registrado más de 100 sepulturas que tienen algún carácter histórico, arquitectónico o artístico”, comentó Pereyra.
El 30 de agosto de 1865 se inauguró la Iglesia de Saladillo y se nombró al sacerdote Marcial Delía como primer cura párroco. Al día siguiente, fue inaugurado el camposanto en la actual ubicación, que por entonces era conocida como Sección Quintas.
Entre 1863 –año de fundación de la ciudad de Saladillo– y 1865, los difuntos eran sepultados en los cementerios de los alrededores. De hecho, los registros de entonces señalan que el primer fallecido de Saladillo, una vez creado el pueblo, murió como consecuencia de una puñalada y fue enterrado en el cementerio de 25 de Mayo.
El enfrentamiento se produjo entre dos albañiles –uno de ellos de nacionalidad francesa– que trabajan en el obrador de lo que posteriormente fue el edificio del Municipio y la Iglesia.
Dos años después de la fundación de Saladillo, se creó el cementerio al que se accedía primero por la avenida Moreno y luego por Ledesma, calle que por entonces, de acuerdo a los registros de la nomenclatura de 1874, se llamaba Colón.
Recién en 1906, el intendente Francisco Emparanza y su secretario Ibáñez Frocham tomaron la decisión de remodelar el cementerio, ya que en aquel momento era un campo abierto.
Aún hoy se conservan de aquella época algunas sepulturas con cercos de hierro forjado que servían para protegerlas de los animales. También se hizo un osario y se plantaron las casuarinas que actualmente cubren el acceso al cementerio. De la misma manera, se llevó la Cruz que perteneció a la plaza donde en 1906 se construyó el edificio del Hospital Dr. Posadas.
Durante la gestión de Emparanza, se diseñó el pórtico del cementerio, que finalmente se construyó en la década del ’30 bajo la dirección de los arquitectos García y Cucciufi, quienes también terminaron el Palacio Municipal.
El 1° de enero de 1868 se desató una epidemia de cólera muy grande que produjo la muerte del 10% de la población del partido de Saladillo (alrededor de 800 personas). “Fue tal el grado de contagio y la cantidad de muertos que se tuvo que hacer una fosa común en el cementerio, en la parte de atrás, según nos contó Alberto Benítez”, indicó.
Obras de reconocidos escultores
Hacia 1910, en épocas de la Argentina opulenta y de convertir a Buenos Aires en la París de América del Sur, se llevaron a cabo en muchos pueblos del interior, incluyendo Saladillo, grandes construcciones de importantes estilos arquitectónicos.
En varias calles céntricas, como Moreno, Belgrano y Mitre, aún hoy se conservan edificios de esas características. “Obras, en su gran mayoría, diseñadas por los arquitectos De Titta y Bozzano que responden a la idiosincrasia de la época”, apuntó Pereyra.
“Eso mismo se vio reflejado en el cementerio, donde los arquitectos diseñaron imponentes bóvedas en la parte del acceso que pertenecieron a familias de comerciantes y terratenientes de entonces. Siempre digo que los cementerios del interior son casi una radiografía de la fisonomía de los pueblos en sí mismo”, indicó.
En la necrópolis de Saladillo también se conservan esculturas de grandes artistas, como Camilo Romairone. Es el caso del monumento a la docente española María Caballero de Sánchez, que fue directora de la Escuela N° 1. También se destacan lápidas y bustos realizados por el eximio escultor Arduino Dassatti y monumentos al doctor Héctor Taborda, Máximo Cabral y Manuel Pardal, además de la pirámide trunca en homenaje a Luis Francisco Onsalo, un ex empleado bancario que tuvo una activa participación en la vida cultural en la primera mitad del siglo XX.
Otro dato singular son los maceteros que antiguamente estuvieron distribuidos en la ciudad y en la plaza principal que diseñó nada más y nada menos que Eduardo Holmberg.
En el cementerio descansan los restos de infinidad de personajes que dejaron su huella en Saladillo, desde Isidoro Medina y Juan Cuevas (ex chofer del presidente Hipólito Yrigoyen) hasta el gobernador Alejandro Armendáriz, Mariano Di Carlo y otros encumbrados personajes. Hasta una sepultura de 1881 que pertenece a la esposa de Bergeal, inmigrante francés.
“Más allá de ser el lugar donde descansan nuestros antepasados desde el origen del pueblo, e independientemente de las cuestiones de índole religiosa, el cementerio es un sitio de mucha información histórica y de arte”, destacó.
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